La ayudante

Ayudó a colocar las vendas y ungüentos en sus sitios en las estanterías y se mordió el labio recordando cuando había llegado por primera vez a esa casa. Sola, asustada, había estado a punto de morder al doctor que le estaba curando las heridas del miedo y dolor que notaba. Las heridas físicas no tardaron demasiado en curarse, aunque las otras… Pasaron meses antes de que pudiese pasar unas horas a solas con él, antes que pudiera confiar en otro humano. Se le erizó levemente el pelo de la nuca y no pudo evitar que un gruñido emergiera del fondo de su garganta — Miguel no permitiría que le pasase nada, y más ahora que se sentía tan a gusto allí, ayudando en su consulta y a criar a su hija. 

Pasó levemente la yema de sus dedos por su pelaje, recordando que fue lo que la trajo a esa casa. Ya estaba acostumbrada a los golpes y a que el señor se metiera en su cama cuando él quería, pero cuando la pequeña rompió ese jarrón y vio cómo agarraba el atizador y se lanzaba hacia la pobre, no pensó demasiado. Se interpuso entre ellos y empezó a canalizar magia, para intentar crear una pequeña llama en su ropa. Eso fue lo último que recordaba, la pequeña llama y esos ojos verdes cargados de odio mientras descargaba numerosos golpes sobre su piel. La abandonó moribunda en un campo de flores, aún recordaba su aroma cuando cerraba los ojos, y como el doctor la encontró y la llevó a su casa. Tenía tanto que agradecerle… 

Siguió ordenando las diferentes pócimas, más por el olfato que por saber qué es lo que había allí escrito, y al final suspiró. Por mucho que intentara posponer lo inevitable debía ir a recoger a Ángela para partir en breve y no era algo que le hiciera mucha gracia. Por fin había descubierto en qué quería convertirse y dudaba mucho que pudiese aprender mucho más si se iba. Hasta le había prometido enseñarle a leer y era algo que siempre había querido. Subió a la habitación y vió a su compañera ya con la bolsa en la espalda, esperándola. 

— Corre Ángela, quiero llegar a la ciudad costera antes que se haga de noche. Seguro que si nos separamos allí una de las dos podrá obtener alguna cosa interesante.

Le quería decir que era un plan estúpido y que así seguro que no la podría proteger de los peligros de fuera. Pero quizá ella tuviese razón y así pudiesen obtener mejores resultados. Recogió su espada y se puso la armadura, las pocas pertenencias que tenía, y siguió a la chica a fuera.

Recorrieron el camino que les separaba de la ciudad en silencio, iba absorta en sus pensamientos y sólo abrió la boca cuando pasaron por un campo lleno de flores, comentando que quizá alguna sirviese para hacer uno de esos ungüentos para tratar heridas que había aprendido a usar no hacía tanto.

Llegaron a la ciudad por la noche y se separaron, prometiendo que se encontrarían unos días más tarde en la posada principal. Al día siguiente, entró en una de las tabernas mirando si podía encontrar algún trabajo y se encontró a un joven encapuchado que decía ser juez, que le ordenó capturar un hombre. Lo hizo sin saber que con ese gesto acababa de cambiar su vida por completo.


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ESTE RELATO NOS LLEGA DE LA MANO DE

GEMMA SÁNCHEZ

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